At a time of organic crisis and interregnum and aggravation of global risks, the far-right shows variations in its response to the international liberal order, as seen in the geopolitical and geoeconomic visions of neo-patriots in the United States, the European Union and Latin America. To address this issue, this text analyses the following: the “Project 2025” of the conservative think tank Heritage Foundation in the United States; Viktor Orbán’s speech at the 33rd Bálványos Summer University (2024); and Javier Milei’s intervention at the World Economic Forum in Davos (2024).
Estas páginas centran su mirada en el ascenso de las nuevas ultraderechas como consecuencia de la crisis del orden internacional y, a la vez, como agentes causales de esa crisis a través de sus discursos y prácticas de contestación institucional y normativa. Adoptamos para ello, una perspectiva que, de manera ecléctica, integra los conceptos de contestación y politización dentro de la teórica crítica neogramsciana de las Relaciones Internacionales. Desde el punto de vista causal, situamos el ascenso de esas fuerzas de ultraderecha en una lógica de mutua constitución e interacción de factores estructurales y de agencia que explican la crisis de la globalización y del orden internacional liberal. Esa crisis, de carácter estructural u orgánica, ha tenido graves consecuencia socioeconómicas y ambientales, y en muchos países ha generado un amplio malestar y desafección hacia los sistemas políticos y las elites dominantes, deslegitimando el orden vigente en el plano nacional y global. A ello han respondido con eficacia, en términos de agencia, los nuevos actores y fuerzas de ultraderecha, con discursos y prácticas de politización y contestación de dicho orden. Por su carácter ultrasoberanista y antiglobalista, que entendemos son algunos de sus rasgos constitutivos esenciales, denominamos a estas fuerzas “ultraderechas neopatriotas” (Sanahuja & López Burian 2020a). En este proceso de contestación se observan, lógicamente, particularidades nacionales derivadas de las especificidades de cada sistema político, de trayectorias históricas diferenciadas, y de particulares coyunturas políticas en cada país, pero también son parte y contribuyen a dar forma a un ciclo histórico global (Sanahuja 2019). Además, existe una notable convergencia y hasta coordinación en sus discursos y accionar internacional, hasta el punto de que puede hablarse de una verdadera “internacional reaccionaria” (Orellana & Michelsen 2019; Sanahuja & López Burian 2020b, Orellana et al. 2023), en la que, como se destacará, hay elementos de acuerdo en cuanto al rechazo al orden internacional liberal, pero también profundas diferencias en materia geopolítica. Desde esta perspectiva, y con dicha caja de herramientas, este trabajo muestra la emergencia de estas nuevas ultraderechas y sus prácticas de contestación institucional y normativa, señalando las variaciones que presentan en materia geopolítica como forma de contribuir a la comprensión de un escenario internacional que puede entenderse como un interregno.
CRISIS DE GLOBALIZACIÓN, EMERGENCIA DE LOS NEOPATRIOTAS Y CONTESTACIÓN AL ORDEN INTERNACIONAL
Nuestro análisis parte de considerar que la globalización, como estructura histórica, está en crisis. La conceptualización neogramsciana de Robert W. Cox constituye una senda heurística, teórica y metodológica, para comprender este momento como una crisis orgánica. Para Robert W. Cox (1981), estas estructuras son configuraciones históricas de capacidades materiales, ideas e instituciones, de las que emanan los órdenes internacionales. Estos marcos de acción constituyen, sitúan, jerarquizan y definen los intereses, identidad, capacidades y agencia de los actores. Así, factores de agencia y de estructura interactúan en el tiempo histórico generando procesos de estabilidad, conflicto y cambio. En cada estructura histórica se ven presentes una determinada configuración de fuerzas sociales, de formas del Estado y la sociedad civil, y los órdenes mundiales. Estos últimos están a la vez sustentados y legitimados por normas, instituciones y organizaciones que los constituyen. Cuando esos elementos constitutivos están articulados de una manera coherente, con un fuerte poder estructural, definen un orden mundial hegemónico en el que las posibilidades de la agencia humana son limitadas. Cambios socioeconómicos profundos pueden debilitar ese poder estructural, dando paso a una etapa no hegemónica o de interregno, con márgenes más amplios en cuanto a la agencia de los actores y la aparición de fuerzas contrahegemónicas, que ponen en cuestión el orden internacional vigente (Sanahuja 2020; 2024).
En cada estructura histórica se ven presentes una determinada configuración de fuerzas sociales, de formas del Estado y la sociedad civil, y los órdenes mundiales. Estos últimos están a la vez sustentados y legitimados por normas, instituciones y organizaciones que los constituyen.
Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la Cárcel[1] escritos en prisión bajo el fascismo italiano, se refirió a su tiempo como un interregno, originado en la crisis orgánica del capitalismo de entreguerras, la crisis del liberalismo, el ascenso del fascismo, y la impugnación del orden internacional de la época, que a la postre llevaría a la guerra. Suponía una crisis de hegemonía, de las élites y su autoridad, de los consensos vigentes y su legitimidad. En ausencia de consentimiento, el poder solo podría mantenerse a través de la coerción, sin que ello permitiera el mantenimiento de un orden en descomposición, con “síntomas mórbidos”, según la metáfora gramsciana, de alcance societal. Estos fenómenos abarcan el cuestionamiento a las élites tradicionales a partir de la desafección y el descontento popular, el ascenso de extremismos y liderazgos autoritarios y distintas formas de cesarismo (Achcar 2021; Sanahuja 2024).
Empero, si el periodo de entreguerras constituyó un interregno y una etapa de crisis de hegemonía, la etapa que se abre a partir de la crisis financiera de 2008, por identificar un hito histórico, también puede interpretarse como un período de crisis orgánica e interregno, marcado por la crisis de la globalización, entendiendo esta como una estructura histórica.
Crisis orgánica e interregno son fenómenos que solo pueden definirse a partir de su historicidad. Empero, si el periodo de entreguerras constituyó un interregno y una etapa de crisis de hegemonía, la etapa que se abre a partir de la crisis financiera de 2008, por identificar un hito histórico, también puede interpretarse como un período de crisis orgánica e interregno, marcado por la crisis de la globalización, entendiendo esta como una estructura histórica. Esta crisis, con orígenes en una economía global altamente financierizada, transnacionalizada y digital, y en la que se observan grandes transformaciones en el ámbito productivo y tecnológico, puso a la vista las contradicciones y límites (económicos, sociales, ambientales y de gobernanza política) del orden internacional, las formas del Estado y la sociedad civil, a la vez que generó un escenario para la emergencia de actores contestatarios.
Con ello se ha abierto un tiempo histórico no hegemónico, donde los márgenes para la agencia de actores que impugnan el orden anterior son mayores, tanto en el ámbito nacional como internacional. Situaciones sociales de desigualdad, precariedad, desprotección, insatisfacción y miedo al futuro, vinculadas con esa gran transformación económico-productiva, generaron un malestar ciudadano que se manifestó en desafección política y críticas frente a las formas de representación y toma de decisión política, tanto en el plano nacional como internacional. Ese contexto, en el que se combinan factores socioeconómicos y socioculturales, ha facilitado el surgimiento de emprendedores políticos de ultraderecha, que han logrado constituirse como agentes de gran relevancia política (Norris & Inglehart 2019; Scheiring et al. 2024).
Las nuevas ultraderechas neopatriotas, hijas de este tiempo, pueden entenderse como un fenómeno global, pero con especificidades nacionales enraizadas en los contextos y trayectorias históricas de cada caso. Se definen a partir de un doble clivaje: el eje izquierda-derecha, en el que se sitúan en posiciones ultraconservadoras; y el que define su posición ante la crisis de la globalización, confrontando el cosmopolitismo y el internacionalismo liberal desde posiciones nacionalistas y soberanistas. En este último eje, su característica aglutinante es la contestación al orden internacional liberal y a lo que denominan el “globalismo”, al que definen, estratégicamente, de manera difusa. Bajo este denominador común, las nuevas ultraderechas neopatriotas son refractarias de una serie de valores, normas e instituciones, tanto a nivel nacional como internacional. En ocasiones, optan por estrategias y discursos populistas, siendo este un rasgo definitorio, pero no constitutivo. Por ello, esta confrontación se expresa muchas veces en clave de “batalla cultural”, contradiciendo una agenda que consideran impuesta por élites transnacionales no electas e implementadas con la “connivencia” de sus “cómplices” locales a quienes etiquetan como “casta”, o a la que contraponen una idea de “pueblo” generalmente restrictiva y, en Europa y Estados Unidos, a causa de la migración, de carácter nativista.
Desde esta matriz política de ultraderecha antiglobalista, los neopatriotas conjugan discursos y prácticas de contestación al orden internacional liberal a través de la (re)politización de asuntos, en una lógica de polarización política y sociocultural.
Su definición como ultraderechas se manifiesta en la reivindicación de un orden social que califican como tradicional o natural, promoviendo así estructuras jerárquicas que conservan desigualdades en términos de clase, etnia y género. Desde esta matriz política de ultraderecha antiglobalista, los neopatriotas conjugan discursos y prácticas de contestación al orden internacional liberal a través de la (re)politización de asuntos, en una lógica de polarización política y sociocultural. Así, desde posiciones que van desde el nacionalismo soberanista hasta el individualismo libertario, se impugnan el multilateralismo y los procesos de integración, regionalismo y cooperación regional, impulsando visiones que contienen discursos basados en la geopolítica y la bilateralización de las relaciones internacionales. Cuestionan los valores cosmopolititas, las sociedades abiertas y diferentes expresiones de promoción de las diversidades, impugnando desde agendas de justicia social y derechos humanos o de género hasta políticas migratorias. Incluso, con narrativas de entonación “plebeya” cuestionan la gobernanza regional y global en temas como el ambiente o la salud. Este último caso resulta reconocible en discursos y prácticas de gobiernos encabezados por neopatriotas como Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil durante la pandemia de Covid-19.
Aunque su significado puede ser más amplio (Everts & Ekman 2024), para entender esos procesos nos basamos, en primer lugar, en el concepto y teoría de la contestación. Esta forma de aproximación a este fenómeno, tomada del constructivismo social en Relaciones Internacionales, busca comprender y explicar cómo operan los procesos de cuestionamiento de normas e instituciones internacionales (Wiener 2014; 2017; Orchard & Wiener 2023). La contestación, según Antje Wiener, puede definirse como “el conjunto de prácticas sociales que expresan discursivamente la desaprobación de normas” (Wiener 2017, 112), sea mediante el cuestionamiento de su legitimidad, por origen o fundamentos, por los actores que las promueven, o por su contenido substantivo. Si bien la contestación puede ser una práctica democrática, al llevar a procesos deliberativos en contextos pluralistas que permitan ajustes sobre las normas, también pueden generar la crisis de estas.
Esta contestación puede tener como objetivo tanto normas fundamentales, que implican valores como la conveniencia de la gobernanza multilateral, como también principios organizadores de sus formas de representación y toma de decisiones. Más allá de qué tipos de normas se cuestionen, Wiener distingue tres formas de contestación. La reactiva, que supone el incumplimiento de la norma. La proactiva, que implica un compromiso crítico con su modificación. Y la interpretativa, que afecta a la comprensión de su significado (Wiener 2017). A su vez, estos tipos de contestación pueden llevarse adelante a través de cuatro estrategias: el arbitraje, la deliberación, la justificación y la contención. Esta última es la privilegiada por los neopatriotas, ya que implica la puesta en práctica de acciones y discursos confrontativos que niegan la validez de la norma, generando dinámicas no cooperativas donde el consenso o incluso el compromiso devienen opciones inviables.
Junto con esta perspectiva, recurrimos también al concepto de politización, empleado en la teoría post-funcionalista sobre la integración europea, para comprender cómo las normas e instituciones son situadas en el centro del conflicto político como parte de esta contestación al orden internacional (Hooghe & Marks 2009; Zürn 2014; Hooghe et al. 2019). Como en el caso de la contestación, este concepto permite resaltar los factores de agencia, identificando posicionamientos por parte de estas ultraderechas de “antiemprendedurismo” y “sabotaje” normativo (Bloomfield 2016; Schneiker 2021). Como señalan Hooghe y Marks (2009), la politización, entendida como expansión del conflicto dentro del sistema político, hace que se establezcan cuestionamientos y disputas sobre asuntos, normas o instituciones sobre las que existía un consenso. Para ello, se identifica un asunto, norma o institución asumido como dado o establecido, al que, desde su matriz ideacional, se le otorga prominencia, y en torno al cual se elaboran discursos y se impulsan acciones que generan dinámicas de activación y movilización a través de la polarización política (Grande & Hunter 2016, 7). Los neopatriotas utilizan estas estrategias, en clave ideologizada, para cuestionar la legitimidad de origen, los procesos y resultados de las organizaciones internacionales (Hooghe et al. 2019).
Pueden identificarse seis nodos temáticos de la agenda internacional que los neopatriotas sitúan en el debate social y político cuestionando los consensos establecidos, que desarrollamos a continuación de manera sucinta, sin que su ordenación suponga una jerarquía previa en la confrontación política, pues la importancia de cada uno de ellos dependerá de cada momento o lugar.
El primero se refiere a los valores, normas e instituciones democráticas y, en particular, al Estado de derecho y el equilibrio de poderes. Los neopatriotas reivindican pautas autoritarias de diferente tipo. Desde prácticas plebiscitarias que, con retóricas populistas, cuestionan formas de representación, hasta estrategias políticas que en nombre de la nación, la comunidad o la seguridad, afectan la separación de poderes o las garantías de las libertades civiles y políticas. En algunos casos proyectan esta concepción jerárquica y autoritaria a través de políticas punitivistas, militaristas y securitizadoras de asuntos sociales.
Un segundo conjunto de temas impugnados afecta a las normas e instituciones relacionadas con el comercio internacional y las inversiones. Supone el rechazo a la constitucionalización externa de las reglas de comercio e inversión con normas de derecho internacional ⎯uno de los rasgos constitutivos de la globalización⎯, sean las de la Organización Mundial de Comercio (OMC), las de los acuerdos comerciales regionales, o de los tratados sobre liberalización y protección de inversiones. Ese rechazo se justifica con una retórica sustentada en el nacionalismo soberanista, incluyendo argumentos de seguridad nacional, o en principios ultraliberales libertarios. Pero ese rechazo o contestación a las normas (neoliberales) del orden económico internacional puede llevar a matrices de política muy distintas. En algunos casos pueden ser políticas proteccionistas en el comercio, la protección de sectores estratégicos frente a la inversión extranjera, considerada hostil, o bien a políticas ultraliberales de apertura unilateral de mercados.
Al tercer nodo lo conforman las agendas relacionadas con bienes públicos, como el medio ambiente o la salud. En materia ambiental la contestación se centra en el cambio climático, la transición energética o el cuidado de la biodiversidad, entre otras. En ocasiones, la contestación parte de apelaciones nacional-soberanistas centradas en el crecimiento económico, y en otros casos lo hace desde una perspectiva libertaria que subraya radicalmente las libertades individuales como centro de sus argumentos. Comporta también un rechazo al saber experto y al conocimiento científico, lo cual es igualmente visible en materia de salud pública. Esta última cuestión adquirió prominencia con la pandemia del Covid-19, en la que las ultraderechas neopatriotas lograron movilizar a amplios sectores cuestionando las restricciones a las libertades individuales y a la actividad económica adoptadas por muchos gobiernos para frenar la ola de contagios de la fase más aguda de la pandemia, politizando los confinamientos o el uso de mascarillas, y posteriormente se mostraron reacios a las campañas de vacunación. Igualmente, se contestó la cooperación internacional en esa materia.
El cuarto conjunto de temas refiere a las normas e instituciones relacionadas con los derechos humanos, particularmente en cuestiones de igualdad de género y diversidad sexual. Desde la confrontación abierta con los feminismos y el reconocimiento de los derechos e identidad de las personas LGTBIQ+ ⎯y todo lo que denominan “la ideología de género”⎯, hasta la reivindicación de los valores y la familia “tradicional”, estos actores utilizan estos asuntos, también, como herramientas de (re)politización, polarización y “batalla cultural”, en espacios como la política social, las instituciones educativas, la salud y las reglas de convivencia cotidiana.
El quinto nodo refiere a las normas y entendimientos sobre migración. Parten de discursos securitarios que presentan la migración como amenaza al empleo y al bienestar, a la comunidad, la nación y su identidad, o, en ocasiones, bajoun “pseudofeminismo inverso” que pretende defender a las mujeres occidentales de prácticas y tradiciones de otras sociedades tradicionales. Con posiciones recelosas del multiculturalismo y la diversidad, en Estados Unidos o en Europa adoptan a menudo posiciones nativistas, abiertamente islamófobas o racistas. Estos últimos posicionamientos no se observan en otros contextos, como es el de América Latina, donde el rechazo a la migración incorpora sobre todo argumentos, también presentes en los casos anteriores, que van desde la criminalización de los migrantes hasta fórmulas de chauvinismo de bienestar.
El sexto nodo se refiere a las posiciones y alineamientos geopolíticos y en la economía política internacional. Giran en torno al propio orden liberal internacional y la noción misma de Occidente y sus elites, y su hegemonía sosteniendo ese orden. El elemento común es el cuestionamiento de las normas e instituciones del orden liberal internacional y, en términos ideológicos, del internacionalismo liberal en la forma que adopta desde la posguerra fría y el periodo de globalización. Como ocurre en materia de comercio e inversiones, con una agresiva retórica antiglobalista se impugnan las normas y acuerdos multilaterales y regionales, en particular las del sistema de Naciones Unidas y, en el caso europeo, la propia Unión Europea (UE) o las visiones federalistas de esta organización regional. Los discursos y la acción de los neopatriotas impugnan el multilateralismo y los procesos regionales de integración, regionalismo y cooperación, conjugando esto con una retórica altamente ideologizada que piensa las relaciones internacionales de manera bilateral, transaccional, que habilita una geopolítica basada en nociones de poder y que promueve valores ultraconservadores. Sin embargo, entre los neopatriotas hay posiciones divergentes respecto a la hegemonía de Occidente y sus valores e instituciones, y en cuanto a alineamientos geopolíticos, como ilustran las posiciones antagónicas que han adoptado estas fuerzas sobre la invasión rusa de Ucrania o el genocidio de Gaza. En el caso europeo, como se menciona más adelante, existe una visible fractura entre atlantistas y euroasianistas, estos últimos liderados por Viktor Orbán y el partido Fidesz, que es un factor clave para explicar la división de la ultraderecha en la política regional y en el Parlamento Europeo. En Estados Unidos, las posiciones soberanistas de Trump le distancian de la Alianza Atlántica y de Europa, y su posición sobre la guerra de Ucrania es más favorable a Rusia. Las ultraderechas, por último, han adoptado una posición cerrada de apoyo a Israel y el gobierno “ultra” del Likud y sus aliados, presidido por Binyamin Netanyahu.
Pese a esas fracturas, existe un visible entramado de relaciones entre los neopatriotas, que puede entenderse como una forma de internacionalismo reaccionario (Orellana & Michelsen 2019; Sanahuja & López Burian 2020b). Orellana y Michelsen (2019) señalan que este internacionalismo reaccionario reconceptualiza lo internacional a través de discursos y acciones que impugnan temas, normas y prácticas del orden internacional liberal. Redes de think tanks, circulación de ideas, realización de encuentros, articulaciones internacionales, redes de partidos y plataformas políticas comunes forman parte de un internacionalismo reaccionario que entiende la política como conflicto, evocando la matriz schmittiana de amigo-enemigo (Sanahuja & López Burian 2020b; 2022; 2023). A pesar de su denominador común, el antiglobalismo, estas nuevas ultraderechas no comparten una visión unificada en términos geopolíticos y geoeconómicos sobre el orden internacional que pretenden construir. De esta forma, su contestación muestra variaciones que valen la pena ser señaladas.
A pesar de su denominador común, el antiglobalismo, estas nuevas ultraderechas no comparten una visión unificada en términos geopolíticos y geoeconómicos sobre el orden internacional que pretenden construir.
VARIACIONES EN LA GEOPOLÍTICA DE LA ULTRADERECHA NEOPATRIOTA. TRES CASOS DE ESTUDIO
Para ilustrar las variaciones en la contestación neopatriota al orden liberal internacional en la coyuntura actual, marcada por las elecciones en Europa y Estados Unidos y las guerras de Gaza y Ucrania, en esta sección se examinan las visiones geopolíticas y geoeconómicas de la ultraderecha neopatriota en Estados Unidos, la UE y América Latina, en un breve análisis que se basa en varios textos clave: El “Proyecto 2025” del think tank conservador Fundación Heritage, en Estados Unidos; el discurso de Viktor Orbán en la 33ª Universidad de Verano de Bálványos, en julio de 2024; y la conferencia de Javier Milei en el Foro Económico Mundial de Davos en enero de ese mismo año.
La presidencia de Donald Trump significó un visible viraje en la política exterior de Estados Unidos, cuya clave de bóveda ha sido la contestación a la globalización y al multilateralismo y la impugnación del internacionalismo liberal y del vínculo noratlántico. Con diferentes variantes ⎯hegemonismo neocon o intervencionismo liberal, entre otras⎯, esa visión había marcado la posguerra fría y la gobernanza de la globalización, y había sido asumida tanto por administraciones demócratas como republicanas. En un breve plazo, de manera unilateral y con una fuerte retórica soberanista y antiglobalista, Trump contestó el régimen multilateral de comercio con políticas proteccionistas, bloqueando la OMC y dando inicio a guerras comerciales y tecnológicas con China y otros socios. De hecho, un rasgo de la radicalización o “trumpización” del Partido Republicano es el abandono de su tradicional visión liberal de la política comercial. El abandono del Acuerdo de París, la Organización Mundial de la Salud (OMS), UNESCO y el Consejo de Derechos Humanos, después revertidas por Biden, fueron parte de una amplia política de contestación a Naciones Unidas y al multilateralismo en asuntos clave para los neopatriotas. A ello se suma el endurecimiento de la política migratoria, que marcó las relaciones con México. Trump también cuestionó el compromiso de Estados Unidos con la OTAN y la seguridad en Europa, abandonando acuerdos clave de limitación y control de armamentos como el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), convirtiendo en prioridad estratégica el Indopacífico y la confrontación con China. El asalto al capitolio de las turbas ultras, azuzado por el presidente saliente para invalidar el resultado electoral, también mostró los riesgos que supone el trumpismo para la democracia y el estado de derecho.
Ese viraje antiglobalista y la contestación al internacionalismo liberal, en la medida que redefine el papel de Estados Unidos en el mundo, generó un fuerte debate en el seno del trumpismo y el Partido Republicano, que desde 2022 gira en gran medida en torno a la guerra de Ucrania y las relaciones con Europa y Rusia. En ese debate se pueden identificar tres grandes posiciones (Belin et al. 2024): a) los restrictivos (restrainers), enfocados a la agenda interna y con tendencias aislacionistas; b) los “priorizadores”, que reclaman centrar la atención en Asia y la confrontación con China; y c) los “primacistas”, que abogan por mantener la primacía de Estados Unidos a escala global. Los dos primeros grupos coinciden en la prioridad de China, son contrarios a mantener el compromiso noratlántico, dejando la seguridad de Europa en manos de los europeos, y se oponen a la ayuda a Ucrania, como ya pudo verse en 2024 en el Congreso, forzando así un acuerdo de paz que favorecería a Rusia. Pero las tres tendencias son marcadamente unilateralistas, y suponen un claro rechazo del multilateralismo y el “orden internacional basado en reglas” del internacionalismo liberal del que Estados Unidos había sido el principal valedor (Walt 2024).
Con el extenso “Mandato para el Liderazgo”, pieza clave del llamado Proyecto 2025 de la Fundación Heritage se definen las líneas maestras de la política “conservadora” ⎯término con el que se autodefinen en Estados Unidos estas nuevas derechas neopatriotas⎯ ante una nueva presidencia de Trump. Buena parte de la atención se dirige al gobierno federal, a los organismos estatales y al personal técnico y de carrera de la administración. “El problema viene de dentro”. En referencia a los departamentos de Defensa y de Estado, se señala a un establishment que se considera “mayoritariamente izquierdista”, subordinado a agendas “woke” y a la “ingeniería social” (teoría crítica racial, igualdad, feminismo, LGTBIQ+, clima) ajenas al interés nacional y la defensa de Estados Unidos, que en el primer mandato de Trump conspiró contra sus políticas, y que adopta decisiones de manera independiente y define la política exterior y de defensa al margen del presidente electo. La propuesta, radical y muy ideologizada, es una purga inmediata y generalizada del funcionariado y el servicio exterior, sustituyendo ese personal por nombramientos políticos (political appointees) conservadores, para lo que el Proyecto 2025 propone crear una base de datos ⎯un “Linkedin conservador”⎯ que permita que cualquier persona corriente con esa orientación política pueda acceder a puestos en la administración (Dans & Groves 2023, xiv, 88).
Respecto a la política económica, el cuestionamiento a la globalización es claro: “Por varias décadas, las “elites” del establishment le han fallado a la ciudadanía rehusando controlar las fronteras, subcontratando la manufactura a China y a otros lugares, gastando imprudentemente, regulando constantemente y, finalmente, controlando el país de arriba abajo en vez de dejar que florezca desde abajo” (Dans & Groves 2023, 657). Sin embargo, el Proyecto 2025 no tiene respuesta unívoca: algunas de las contribuciones abogan por el libre comercio con todas las naciones; pero la más cercana a Trump, redactada por Peter Navarro, que fue su consejero presidencial, propone una política comercial proteccionista, contraria a la deslocalización, orientada a la recuperación de la manufactura y la industria de defensa, beligerante con el presunto espionaje y piratería industrial de China, y refractaria a las normas de la OMC, que permitieron una relación “injusta, desequilibrada y no recíproca” con ese país, con el que Estados Unidos debe buscar el desacoplamiento económico.
El Proyecto 2025 subordina la política exterior al marco securitario de la defensa nacional. Define como principal peligro a China y su política expansionista en Asia, abogando por una estrategia defensiva (denial defense) que haga inviable el control y/o subordinación de Taiwán y otros países de la región, “al coste que los estadounidenses estén dispuestos asumir”. El documento no respalda la posición radical de sectores republicanos, en ocasiones asumida por Trump, que abogan por abandonar la OTAN, pero sí plantea que la seguridad en Europa y la disuasión ante Rusia sea asumida por los propios europeos, dejando el paraguas nuclear estadounidense, que debe ser modernizado, como último recurso. Considera el control migratorio como asunto central de la política exterior, y propone una rigurosa reevaluación de “quién es amigo y enemigo”. Además de China, que es “más amenaza que competidor”, la atención y energía de la política exterior estadounidense deberá centrarse en Irán, Venezuela, Rusia y Corea del Norte. El Proyecto 2025 reconoce que la guerra de Ucrania y la relación con Rusia es una cuestión que “divide a los conservadores”, y parte de ese movimiento, como se mencionó, aboga por forzar un acuerdo con Rusia y dejar esa cuestión en manos de los europeos (Dan & Groves 2023, 181).
El enfoque soberanista y securitario del Proyecto 2025 se proyecta a América Latina, para la que se reclama un enfoque de “seguridad local” ⎯¿Un respaldo a la “bukelización” de sus políticas?⎯ y en particular para México, considerado “un desastre de seguridad nacional” que “ha perdido su soberanía funcional ante los cárteles de la droga”. Propone un “México soberano” y una frontera “libre de fentanilo” ⎯asunto, en el que, de nuevo, se apunta a la amenaza China⎯, y, en el plano económico, la apuesta es por la relocalización productiva en la vecindad latinoamericana (re-shoring o “re-hemisphering”) funcional al desacoplamiento con China.
Como en la primera etapa de Trump, el Proyecto 2025 reclama la retirada de los grandes tratados internacionales y de acuerdos no formales que se consideran dañinos para la soberanía nacional e imponen costes elevados, y que termine “el apoyo a ciegas de las organizaciones internacionales”, considerando la retirada de aquellos que no respondan al interés nacional de Estados Unidos. Cuestiona, en particular, que dichas organizaciones promuevan “políticas sociales radicales como si fueran prioridades de derechos humanos”, reclamando que se reorienten a “promover una saludable cultura de respeto a la vida, la familia y la soberanía” como “fundamentos de la sociedad humana, y “verdaderos derechos humanos”, con un expreso rechazo del aborto y a “la limitación de los derechos humanos en nombre de la salud” (Dan & Groves 2023, 191).
Por otra parte, las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024 han supuesto un fuerte avance de la extrema derecha. Primera fuerza en seis países ⎯entre ellos, Francia. Italia, Hungría y Austria⎯ y segunda fuerza en otros seis ⎯entre ellos Alemania, Polonia y Países Bajos⎯, podrían ser el primer grupo parlamentario si fueran una fuerza unificada. Pero no lo son, y sus diferentes visiones geopolíticas son quizás la divisoria más importante. Parte de la ultraderecha europea, organizada en el grupo Conservadores y Reformistas Europeos (CRE) liderada por Georgia Meloni, de Fratelli d’Italia, apostó por una coalición de gobierno con el Partido Popular Europeo (PPE). Su orientación atlantista, en un contexto regional dominado por la guerra de Ucrania, facilitaba esa convergencia y servía, a su vez, de cobertura para la “normalización” de la ultraderecha ante el PPE. Esa estrategia fracasó ante el resultado de las elecciones nacionales en España, Francia o Polonia, y los resultados de las elecciones europeas. Finalmente, se renovó la coalición centrista de liberales, socialdemócratas y PPE que gobernó las instituciones europeas en el ciclo anterior, esta vez con apoyo de los Verdes, que estos últimos justificaron, en parte, por la necesidad de cerrar el paso a la ultraderecha (Forti 2024).
En el ínterin, se produjo una importante reorganización de las fuerzas de la ultraderecha europea con visiones geopolíticas euroasianistas y, en algunos casos, abiertamente prorrusas, promovida por el presidente húngaro Viktor Orbán. Poco después de las elecciones europeas, coincidiendo con el inicio de la presidencia húngara del Consejo de la UE el 30 de junio de 2024, se constituyó el nuevo grupo “Patriotas por Europa”. Este reúne, entre otros, al partido de Orbán, Fidesz; Rassemblement National (RN), de Marine Le Pen; la Liga de Matteo Salvini; los austriacos del FPÖ; el Partido Popular Danés; Chega! de Portugal; el Partido de la Libertad de Geert Wilders en los Países Bajos, y los españoles de Vox. Como señala Forti (2024) “la jugada de Orbán modificó todo el tablero”, dejando en mala posición a Meloni y a CRE. Con 84 escaños, Patriotas por Europa es el tercer grupo más importante en el Parlamento Europeo y, a través de Vox, puede ser clave en la articulación de la ultraderecha neopatriota europea y latinoamericana.
La conferencia de Orbán en el Festival Tusványós de julio de 2024, antes mencionada, ofrece una síntesis actualizada de la visión geopolítica de Fidesz y, en muchos aspectos, de Patriotas por Europa. Su planteamiento anti-Occidental y euroasianista tiene una larga tradición intelectual y, entre otros, está enraizado en el Turanismo húngaro y en la geopolítica de raíz civilizatoria del nacionalista ruso Alexander Dugin (Pereyra Doval 2023). En una referencia expresa a las narrativas de la alt-right (Osella 2021, 83), Orbán (2024) señala que la guerra de Ucrania es la “píldora roja” que, como en la película Matrix, permite ver la realidad de la (geo)política mundial. Para Orbán, Occidente está en declive y en un proceso de autodestrucción, originado en el mayo del 68 y causado por el individualismo y su pretendida condición posnacional, abandonando el vínculo esencial con Dios, la patria y la familia. El declive de Occidente se corresponde con el inevitable ascenso de Asia, y se corresponde con la aparición de una nueva modernidad no occidental y el “rechazo mundial de los valores occidentales”, cuya expresión nodal es hoy, según afirma Orbán, lo LGTBIQ+. Según Orbán, la principal arma de Putin ⎯y la razón de su supuesto liderazgo mundial⎯ es oponerse y resistir la imposición occidental de la moral LGTBIQ+, concluyendo que “el poder blando de Occidente ha sido sustituido por el poder blando de Rusia”, y que, por ese motivo “todo el mundo se está alineando con Rusia”.
El declive de Occidente se corresponde con el inevitable ascenso de Asia, y se corresponde con la aparición de una nueva modernidad no occidental y el “rechazo mundial de los valores occidentales”[...]
La concepción posnacional de Occidente y de Europa occidental choca con la importancia que Europa central y oriental otorgan al Estado-nación y la concepción esencialista de la nación características de las extremas derechas. “En nuestra concepción”, afirma Orbán, “el mundo está compuesto de Estados-nación con soberanía y autonomía plena en su ámbito doméstico, y esa es la condición para la paz mundial”. Los Estados-nación, a su vez, se basan en una cultura particular, valores compartidos, una trayectoria histórica y “profundidad antropológica”, y de ello emanan imperativos morales inescapables. Para la UE, sin embargo, los Estados-nación son creaciones históricas y contingentes, que, igual que vinieron, pueden irse… Y si algo pone en cuestión la homogeneidad étnica de la nación es la migración, que para Orbán “es la esencia del internacionalismo liberal progresista”. La disolución de la nación ante las migraciones y de la soberanía nacional en el proyecto federalista de la UE representa, por ello, un peligro fundamental. La UE sería, en esta visión, la quintaesencia de las democracias tardías de Occidente: elitistas, oligárquicas, globalistas y, a la postre, antidemocráticas. Bruselas estaría, según Orbán, ocupada por una oligarquía liberal transatlántica, globalista, ante la que debe alzarse Patriotas por Europa. Esas elites califican los legítimos reclamos del pueblo de “xenofobia, homofobia y nacionalismo”. Por ello se justifica una política que opone el “verdadero” pueblo a las elites globalistas. “Este es el fenómeno definitorio de la política Occidental de hoy”, afirma Orbán.
Esas elites, según Orbán, han convertido a Europa en un vasallo de los demócratas en Estados Unidos. Orbán los diferencia nítidamente respecto a la política soberanista y aislacionista de Trump, con la que se identifica. Pese a la afinidad ideológica con la ultraderecha en Polonia, Orbán califica a ese país, así como a sus aliados nórdicos y bálticos, de base avanzada de Estados Unidos contra Rusia, que ha roto el antaño afín Grupo de Visegrado. Frente a ello, se propone una estrategia húngara de conectividad euroasiática que ha definido su consejero Balasz Orbán (2024)[2], y para Europa, una mayor “autonomía estratégica” que evite su declive y que termine siendo un “museo al aire libre”. Esta pasaría por reconstruir su capacidad productiva y contar con una industria de defensa europea, abandonar a Ucrania, alegando que ni es oportuno ni hay recursos para encajar su integración en la UE o en la OTAN, y reconciliarse con Rusia, cuya energía es necesaria para ese proyecto autónomo. Tras iniciarse la presidencia húngara del Consejo de la UE, en abierta rebeldía con las instituciones europeas, Orbán se embarcó en una “misión de paz” con visitas a Kiev, Moscú y Beijing, que él mismo consideró fallida por no haber condiciones para una paz negociada (Sahuquillo & Gómez 2024).
Una tercera variante de contestación a la globalización, al orden económico internacional y al globalismo, puede verse en un caso latinoamericano, a través del discurso que el presidente argentino, Javier Milei, pronunció ante las elites económicas reunidas en enero de 2024 en el Foro Económico Mundial en Davos. Distintos medios se hicieron eco del estupor que causó este discurso, tan duro como doctrinario, superficial y falaz (Cue & Criales 2024), pero al mismo tiempo, apelaba a un futuro posible, de capitalismo autoritario, como distópica salida al interregno originado en la crisis de la globalización y su gobernanza cosmopolita liberal. El mensaje de Milei, lanzado precisamente en el Sanctasanctórum de las supuestas elites globalistas denostadas por las ultraderechas neopatriotas, no puede ser más contundente: “Occidente está en peligro (…) porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo y, en consecuencia, a la pobreza” (Milei 2024).
De hecho, desde la crisis de 2008 Davos se ha convertido en uno de los principales foros globales sobre la necesidad de un capitalismo ilustrado y más inclusivo, de la sostenibilidad ambiental y la renovación del contrato social. Milei tiene otra lectura: los principales líderes de Occidente serían parte de una “casta privilegiada” que habría abandonado la libertad en nombre del colectivismo, atraída por los discursos morales y de justicia social de “la doxa de la izquierda”, cuando el capitalismo es, per se, virtuoso porque su funcionamiento sin trabas genera bienestar y promueve la paz mundial. El problema esencial de Occidente, según Milei, es que no solo debe enfrentarse a los socialistas, sino a sus propios líderes, pensadores y académicos, cuyo marco teórico errado ⎯la economía neoclásica⎯, al asumir supuestas fallas de mercado (concentración oligopólica, externalidades negativas, bienes públicos, información asimétrica, fallos de coordinación …) darían paso “a la regulación pública, la intromisión del Estado, el socialismo, la degradación de la sociedad y la pobreza”. En realidad, afirmó Milei, en las distintas formas de gobierno occidentales “no hay diferencias sustantivas. Socialistas, conservadores, comunistas, fascistas, nazis, socialdemócratas, centristas. Son todos iguales”. Y añade que el fracaso económico de los colectivistas y socialistas les obligó a cambiar la agenda, dejando atrás la lucha de clases para reemplazarla por otros “supuestos conflictos sociales” nocivos, como la “pelea ridícula y antinatural” entre hombre y mujer, o la agenda ambiental, la cual, según la peculiar interpretación de Milei, lleva al control de la natalidad o el aborto. Esta última, además, es una actuación injusta de los países ricos, que tras haber explotado sus recursos ahora tratan de impedir que los pobres lo hagan.
A través de esas agendas, quienes Milei denomina “neomarxistas” han sabido cooptar el sentido común de Occidente, vía medios de comunicación, la cultura, la universidad y los organismos internacionales, y estos últimos tienen una mayor influencia al incidir en las políticas gubernamentales.
En suma, el discurso de contestación de Milei se sitúa en una matriz de política económica libertaria radical, que impugna la regulación estatal y las normas internacionales, y en una política exterior marcada por el alineamiento incondicional con las ultraderechas de Estados Unidos o con Israel. También supone el cuestionamiento de China y los BRICS, revirtiendo la decisión de incorporarse a ese grupo adoptada por el gobierno anterior, a pesar de que China es destino y origen de la mayor parte del comercio exterior argentino. Según Juan Gabriel Tokatlian (2024) se trataría de una política “hiperoccidentalista”. Sin embargo, el Occidente que defiende Milei nunca existió, y solo existe en su imaginación: una arcadia libertaria en lo económico, y a la vez ultraconservadora en la esfera cívica y moral. En realidad, se puede interpretar como una modalidad de “contestación subalterna” alineada con Estados Unidos ⎯más con un futuro gobierno de Trump y con empresarios activistas como Elon Musk, que con el internacionalismo liberal de la administración Biden⎯ en su rechazo a China, y contraria a los intereses económicos del país.
CONCLUSIONES
El ascenso de la ultraderecha neopatriota, situado en el cruce entre ideología y crisis de globalización, ha dado paso a un ciclo global de discursos y prácticas de contestación institucional y normativa en las que, en nombre del antiglobalismo, se impugna el orden liberal internacional y sus instituciones y normas, así como a las elites que han estado al cuidado de su gobernanza, legitimación y reproducción. Combinando elementos teóricos de la aproximación neogramsciana a la economía política internacional, la teoría de la contestación, y el concepto de politización, este trabajo ha destacado los factores causales, en términos de agencia y estructura; los patrones comunes y los nodos temáticos que articulan esos discursos y prácticas de contestación.
Estas ultraderechas neopatriotas son parte de una “internacional reaccionaria” que comparten argumentos, discursos y redes organizativas formales e informales, y el propósito común de impugnar el orden vigente, en nombre del soberanismo, del “pueblo” o de una visión libertaria del individuo frente a la sociedad. Sin embargo, ese marco común no prefigura alineamientos automáticos ni posiciones comunes en la disputa geopolítica global. Los casos de Estados Unidos y el Proyecto 2025, que trata de dar forma a un trumpismo 2.0; de la posición de Víctor Orbán, que lidera el nuevo grupo Patriotas por Europa en el Parlamento Europeo; y de la visión libertaria y la contestación subalterna de Javier Milei en Argentina ilustran posiciones diferenciadas e incluso antagónicas, que en parte se sitúan en el clivaje entre atlantismo y euroasianismo, o entre primacía y aislacionismo. Con este examen, preliminar y que requiere de un estudio más amplio y con un mayor número de casos, abrimos una agenda de investigación sobre la geopolítica de la ultraderecha neopatriota, y sus efectos en la reconfiguración del sistema internacional y la economía política global, en un momento de crisis orgánica e interregno y agravamiento de riesgos globales.
Notas
[1]Gramsci estuvo preso desde 1926 hasta 1937. La obra a la que referimos fue escrita entre 1929 y 1935.
[2]Sin parentesco con Viktor Orbán.
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Recibido: 27 de agosto de 2024
Aceptado para publicación: 4 de septiembre de 2024
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